Nos hallamos al filo de una transformación colosal, una revolución en la concepción de la vida y, por ende, en la trayectoria de nuestra especie, en la cual somos actores principales.
Recién comenzamos a vislumbrar las implicaciones de la revolución cuántica en la física, un giro que reverbera en la manera en que nos percibimos a nosotros mismos. Cada afirmación sobre el YO, al ser aceptada, se transforma en una creencia que moldea nuestra percepción. Ya sea arraigada en dogmas religiosos o en el rigor científico, estas creencias han dado forma a nuestras explicaciones del mundo desde tiempos inmemoriales. El factor crucial radica en el nivel de conciencia que se entrelaza con este conocimiento, más que en la mera acumulación de datos.
Si alguien me convence que soy un simple mecanismo sin propósito, me comportaré como tal, luego, al haberme desarrollado bien como entidad mecanicista, haré la pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida? Y no habrá respuesta posible desde ese extremo.
El núcleo del método Feldenkrais radica en el desarrollo y perfeccionamiento a través de la propiocepción somatosensorial, apuntando hacia un nuevo estadio cualitativo del ser, no en el contenido en sí, sino en el refinamiento del proceso. Si Feldenkrais hubiera introducido contenido externo a los elementos constitutivos del proceso mismo, habría sucumbido como cualquier otra ideología o religión, tornándose divisivo.
La genialidad de su enfoque radica en su abstención de presuposiciones o definiciones concretas, dejando este aspecto en suspensión. No estamos acostumbrados a habitar en esa incertidumbre; generalmente, aceptamos o rechazamos, formando así estructuras provisorias, que, por otro lado nos han servido bastante bien durante milenios, pero ahora empiezan a tocar sus límites. La suspensión es el principio de la sensibilidad y, por ende, de la inteligencia.
Tendemos a percibir y vivir nuestra realidad desde estructuras provisionales, frágiles y estáticas. Lo más desolador es que intentemos relacionarnos con los demás y aprender cosas nuevas desde estas estructuras, inherentemente estáticas.
Debemos preguntarnos si es posible descender de la torre, y dar lugar al emergente que es la noción de unidad, pura, sin contenido. Y el único camino a casa es el estado de no fragmentación. ¿Sabes? El mundo se desgarra en fragmentos y conflictos, porque nosotros, los seres humanos, estamos internamente fragmentados y en conflicto.
Nos acomodamos al statu quo porque el mundo humano es hostil y violento. Le vendemos el alma al estado más hostil, al bando más violento. Sin embargo, no podemos aislarnos sin sufrir, sin padecer. Refugiarnos en la montaña o en nuestras cómodas moradas con sofá y Netflix implica negar gran parte del problema.
Feldenkrais es parte de una nueva generación de enfoques hacia la salud integral del ser humano. Este cambio de paradigma no ve los síntomas como entidades separadas de sus causas psicobiológicas y sociales, sino que aborda al ser desde su máxima potencia y expresión, lo cual, implica aclarar los moviles. Este estadio de autoconciencia constituye un estado integrador.